Entre las montañas más altas de Venezuela alguna vez planeó una de las aves más imponentes del planeta; el cóndor andino. Su figura majestuosa marcó leyendas, mapas y recuerdos de viajeros que cruzaban los páramos de Mérida, Trujillo y Táchira. Hoy la especie está virtualmente desaparecida del país; sin embargo; diversos proyectos buscan recuperar un capítulo importante de nuestra historia natural.

BIOANDINA es una fundación privada sin fines de lucro dedicada al estudio y protección de especies en peligro de extinción en la Región Andina Venezolana. Una de sus iniciativas más emblemáticas es el proyecto de reintroducción del cóndor de los Andes; un programa que comenzó bajo el auspicio del Banco Andino y que actualmente se desarrolla junto al Instituto Nacional de Parques con el patrocinio del Cleveland Metroparks Zoo de Ohio y la colaboración de FILACA y AVENSA.

El cóndor andino; Vultur gryphus; es el ave voladora más grande del mundo y forma parte de la familia de los buitres americanos. Durante su juventud posee un plumaje marrón uniforme; pero al alcanzar la adultez se vuelve negro brillante con un collar blanco que destaca sobre las alas plateadas. Los machos presentan una carúncula prominente en la cabeza; mientras que las hembras poseen ojos de color rojo. Su presencia impone respeto; pero su comportamiento revela que es un animal esencialmente pacífico y fundamental para el equilibrio ecológico.

Como todos los buitres; el cóndor se alimenta exclusivamente de carroña. Su vista excepcional le permite localizar animales muertos a grandes distancias. Su anatomía está diseñada para esta vida aérea y carroñera; cabeza desnuda para facilitar la limpieza; un pico poderoso capaz de romper pieles gruesas; patas fuertes pero sin garras para sostener el alimento y un sistema digestivo preparado para consumir carne en descomposición sin enfermarse. Hoy; por la disminución de fauna silvestre grande; muchos de los ejemplares reintroducidos dependen de animales domésticos que mueren por causas naturales.

Diversas amenazas llevaron al cóndor al borde de la extinción en Venezuela. La creencia errónea de que era un depredador generó persecución directa; disparos; envenenamiento por restos cazados con plomo; consumo de animales envenenados para eliminar depredadores domésticos y fragilidad de los huevos debido a contaminantes como el DDT. También la recolección ilegal de pichones y huevos contribuyó a su declive.

Su distribución en Sudamérica abarca toda la Cordillera de los Andes desde Venezuela hasta Argentina y Chile. En nuestro país estuvo presente en los páramos altos de Trujillo, Mérida, Táchira y en la Sierra de Perijá. Estos paisajes; abiertos; fríos; cubiertos de frailejones y coronados por riscos, fueron su hogar natural. Esta especie es capaz de volar a más de diez mil metros de altitud; una altura que ninguna otra ave carroñera alcanza.

A pesar de su tamaño y fuerza; el cóndor tiene uno de los ciclos reproductivos más lentos entre las aves. Solo alcanza la madurez a los ocho años; pone un huevo cada dos años; y ambos padres comparten la incubación durante cincuenta y seis días. El pichón tarda cerca de siete meses en volar; pero su independencia total llega después de año y medio de aprendizaje constante. Esta lentitud reproductiva hace que cualquier pérdida de individuos sea especialmente grave.

Hay detalles del cóndor que sorprenden; no caza; es monógamo de por vida; limpia el ambiente al consumir animales muertos; y puede vivir hasta sesenta años. Su importancia simbólica también es notable; aparece en los escudos de Mérida, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile. Curiosamente; la conocida estatua ubicada en el Pico El Águila representa precisamente a un cóndor; y el lugar fue conocido antiguamente como Paso del Cóndor.

Desde venaventours.com compartimos este contenido para honrar la historia natural de los Andes venezolanos y promover la educación ambiental como parte fundamental del turismo responsable. Cada viajero que recorre nuestros páramos tiene la oportunidad de conocer estas historias; valorarlas; y convertirse en un aliado en la protección de nuestro patrimonio.

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