Sixto Sarmiento; el tejedor que convirtió la lana en historia
Hablar de Sixto Sarmiento es recordar la columna vertebral de Tintorero; un hombre que nació entre pobreza, refranes maternos, jornadas de trabajo desde niño y una capacidad infinita para convertir la lana en legado. Hijo de Aguedo Anacleto Sequera; cantor de salves; jugador de garrote; comerciante errante; y de Marcelina Sarmientos; tejedora de cogollos; mujer de dichos y temple; Sixto llegó al mundo con las manos destinadas a crear.
Huérfano joven, trabajador desde temprano; pastero, pelador de cambures, escardillero, machetero; hombre de faenas infinitas. Fue en ese andar que conoció los caminos que más tarde serían Tintorero; tierras marcadas por la memoria de una vaca llamada Tintorera; nombre que quedó para siempre ligado al pueblo y a él.
Su vida sentimental fue tan vasta como su descendencia. Amó, perdió, volvió a amar, construyó y reconstruyó su hogar entre alegrías y tragedias. De sus uniones nacieron veintitrés hijos; todos reconocidos; todos parte de su historia; todos envueltos en la misma cobija de afecto que su padre les tejió. Entre hijos; nietos; bisnietos y tataranietos; su legado familiar se multiplica como sus hilos; cientos de vidas entrelazadas por su nombre.
Sixto descubrió en la lana su destino. Supo seleccionar la mejor fibra al ojo; entendió el carácter de cada hebra; perfeccionó el teñido; evolucionó del color natural al Belloso de los años veinte; y convirtió las cobijas en verdaderas obras de arte. Las primeras “burreras”, toscas y malpúricas; dieron paso a piezas de valor incalculable; vendidas en tiempos en que veintiséis bolívares eran una fortuna. En sus telares se escuchaba historia; música; refranes; pasos de baile; retazos de conversación. El arte era parte de su alma tanto como la música que tocaba en fiestas y reuniones.
Conoció la amistad verdadera en personajes que marcaron época: Esteban Montes, Goyo Galiana, José Tadeo Peroza. También encontró respeto y reconocimiento en Juan Evangelista Torrealba, quien lo impulsó a mostrar su talento ante otros pueblos y otras miradas.
La vida lo llevó tardíamente a una escuela; donde aprendió a sumar y a escribir; pero la sabiduría ya la tenía desde niño. Sabía tejer, sabía hacer, sabía contar, sabía vivir. Siempre decía que el chimo era sano; que la caña blanqueaba los dientes; que la naturaleza era su mejor maestro; que el trabajo era la medida de un hombre.
El 26 de enero de 1986 decidió, como él mismo decía, “dormirse tranquilo de cuajo”. Tintorero quedó sin su voz, sin su música, sin su palabra certera. Pero quedó su risa larga; su malicia noble; su amistad entrañable; y sus cobijas, tibias como su corazón.
Hoy, venaventours.com honra su memoria como uno de los grandes artesanos de Venezuela; un creador que no solo tejió lana, sino cultura; no solo hizo cobijas, sino historia. Sixto Sarmiento sigue vivo en cada hilo que cruza un telar; en cada pieza que nace en Tintorero; y en cada corazón que reconoce el valor de un hombre hecho a fuerza de trabajo y ternura.
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