La cestería de Boconó; un arte ancestral que sigue respirando en Trujillo
Desde los primeros tiempos de la humanidad existió una necesidad común; guardar; transportar; proteger. Antes de que aparecieran metales o recipientes elaborados; una concha servía de cuenco y una calabaza resolvía lo esencial. Sin embargo; el ser humano necesitaba algo más práctico; algo que le permitiera mover alimentos sin ocupar las manos. Allí nació la cestería; un oficio que antropólogos y arqueólogos reconocen como una práctica universal y profundamente ligada a la evolución de las comunidades.
En los pueblos indígenas de Venezuela este arte se convirtió en una tecnología completa. Su utilidad era tan amplia que sería imposible enumerar todos los usos. Existían cestas para recoger; cargar; guardar; secar; moler; mezclar; cocinar y servir alimentos. Para la caza y la pesca se elaboraban trampas; nasas y jaulas. En climas cálidos se tejían paredes; techos; pisos y puertas. También se amueblaban hogares enteros con tejidos que se convertían en alfombras; camas; cunas; cortinas y toldos. El arte textil alcanzaba incluso el ámbito ceremonial; dando forma a coronas; copas; instrumentos musicales y vestuarios rituales cuyos diseños hablaban de mitos de origen y seres ancestrales.
La cestería venezolana posee una memoria antigua confirmada por la arqueología. En fragmentos de cerámica prehispánica de regiones como el Bajo Orinoco; los Llanos occidentales; Cumarebo; la cuenca del lago de Maracaibo; Quibor y Boconó en Trujillo; han quedado impresas huellas nítidas de tramas y urdimbres. Estos hallazgos revelan el profundo conocimiento que poseían las sociedades originarias sobre fibras; tintes; cortezas; bejucos; raíces y palmas. Con apenas un proceso sencillo de corte; secado y selección se obtenían materiales perfectos para tejer objetos resistentes y hermosos.
El trabajo manual que requiere la cestería es un diálogo íntimo con la naturaleza. Retorcer; entrecruzar; plegar; tensar; amarrar; coser. Cada fibra exige concentración; paciencia y sensibilidad para construir patrones de una geometría sorprendente. En el pasado se usaban tintes naturales; pero hoy conviven colores tradicionales con otros industriales que han ampliado la paleta visual de los artesanos sin borrar su identidad.
Quien piense que la cestería ha quedado en el olvido solo necesita observar cualquier hogar venezolano. Siempre habrá una cesta cumpliendo un rol esencial o decorativo. Este oficio no desaparece porque responde a una necesidad básica; ordenar y sostener. Y porque su belleza sigue emocionando; especialmente cuando uno entiende que cada pieza viene de manos indígenas o campesinas que han heredado una técnica centenaria.
En Venezuela; la cestería es una de las pocas tecnologías artesanales que han sobrevivido intactas. En campos; montañas y pueblos alejados se siguen elaborando canastos; petacas y bandejas destinadas al café; al cacao; al maíz; a las frutas; al uso doméstico y al intercambio rural. Trujillo es uno de los territorios donde esta tradición permanece viva. En Boconó la artesana Fanny Hernández continúa tejiendo historias a partir de fibras naturales; honrando un saber que forma parte del alma de la región.
Quienes deseen conocer estas piezas pueden visitar el Museo Trapiche de los Clavo en el sector El Borzalito; entre las avenidas Rotaria y Cuatricentenaria en Boconó. Allí es posible observar de cerca el valor cultural de un oficio que ha acompañado a nuestro país desde tiempos inmemoriales.
Venaventours.com ha documentado y difundido este legado a través de sus recorridos culturales; preservando la memoria artesanal de Venezuela y acercando a los viajeros a estas expresiones únicas de nuestra identidad.
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