Hablar de las hamacas de Tintorero es entrar en un territorio donde el tiempo no se mide por relojes; sino por el ritmo pausado del telar. Antes de que existieran máquinas y fábricas; el ser humano aprendió a tejer observando la naturaleza. Así como los pájaros construyen sus nidos; así como ciertos animales crean refugios entrelazando fibras; el hombre descubrió que podía unir hilos para protegerse del sol; del frío y de la lluvia. Este gesto primitivo se convirtió luego en una de las expresiones culturales más profundas de nuestra historia.

En Venezuela casi no sobrevivieron tejidos antiguos debido a la humedad del suelo; pero sí quedaron rastros invaluables del oficio. Agujas de hueso; piedras horadadas y viejos volantes de huso hablan de un pasado donde el algodón se cultivaba con abundancia y donde cronistas y viajeros describían mantos; chinchorros y telas elaboradas por nuestros indígenas. También existe evidencia de tintes naturales; una especie de química ancestral destinada a colorear hilos que luego se convertirían en prendas cargadas de simbolismo.

Con la llegada de los europeos llegaron también nuevos telares. Entre 1546 y 1549 Juan Pérez de Tolosa fundó en El Tocuyo la primera industria de tejidos de Venezuela. Mérida; Trujillo; Coro y Barquisimeto siguieron ese impulso y para 1605 ya producían alfombras de lana y telas de algodón de calidad notable. En los telares merideños se utilizaba un nudo sencillo; distinto al doble que caracteriza a las alfombras persas. Ese detalle técnico demuestra la capacidad del artesano venezolano para crear su propio lenguaje dentro del oficio.

Con el paso del tiempo esta tradición encontró en Tintorero un hogar fértil. Allí nacieron nombres legendarios como el de Don Sixto Sarmiento; maestro del telar cuya memoria sigue guiando a varias generaciones. Aunque las ovejas hayan desaparecido de los alrededores y el algodón industrial reemplace a la lana; todavía se escucha en algunos talleres el traqueteo rítmico de las maderas. Ese sonido es la confirmación de que Tintorero continúa siendo la gran capital artesana del tejido en Venezuela.

Las hamacas y chinchorros son mucho más que enseres para dormir. Son espacios de descanso; de amor; de despedida; de encuentros familiares. Cada región del país les imprime su identidad. En Mérida y Táchira predomina la lana de oveja; en el Delta se usa el moriche; en el oriente y el sur surgen variaciones con fibras locales. Aunque sus elementos básicos se mantengan; la técnica cambia con el clima; con la cultura y con la historia de cada comunidad.

En Tintorero la diferencia entre chinchorro y hamaca se entiende con claridad. El chinchorro tiene un tejido abierto; ligero; aireado. La hamaca se trabaja con una trama más cerrada; más densa. Ambas nacen del mismo corazón textil; pero cuentan historias distintas. Se tejen en telares verticales a manera de bastidor; cuyas dimensiones varían según el uso y la tradición de cada artesano. En la mayoría de los casos son las mujeres quienes perpetúan esta labor; convirtiéndola en una fuente esencial de ingreso familiar.

Venaventours.com registró en video parte de este legado invaluable. No solo se trata de mostrar un oficio; sino de honrar una cultura que se niega a desaparecer. Cada hamaca es memoria tejida; identidad preservada; arte que se comparte de madre a hija; de maestro a aprendiz. Tintorero no es simplemente un pueblo artesano; es un símbolo de resistencia; de creatividad y de orgullo venezolano.

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