Y es que él, Emiro, vive inmerso en su creación para recoger las voces de lo real y lo mágico. El color es la fuerza de su lenguaje. Sus trabajos inundados del luz hacen del fondo blanco espacio en los que sus personajes flotan, se apoyan o posan, y te envuelven como en un hilo trenzado en la fiesta de matices radiantes, para despertarnos la nostalgia del niño dormido en nuestra memoria, pues son sus trabajos, un canto de celebración a la vida.Y con sencillez, pero sabiamente, sobre la superficie cándida, nos entrega sus sentimientos, que recoge y aprisiona en sus dibujos, en los que un tono naranja se alegra y danza con el azul de un malabarista con un pie gordo y otro muy delgado que juega mientras desparrama estrellas.

Otro, con pájaros en la cabeza hace piruetas con globitos de colores, y mientras lo miras, imaginas el sonido de las notas de su pecho de arpa. Una gata de rasgados ojos, se viste de margaritas y sus patas con lunares verdes contrastan con los lunares rojos que su cuerpo acicalan. ¿Qué decir de sus meninas? ¿O son doñitas con los brazos en jarra?, lejos de intimidarnos con su pose desafiante, nos invitan a adentrarnos en sus metáforas, y nos entregan flores y paisajes en sus faldas que nos conducen a escuchar otras voces. Y el gallo, presentado en series, parece sonreírnos mientras picotea y retoza, o canta, y es tal como su creador lo bautiza” De raza Fina” al hacerse espacio de lunas, globos, jardín florido, pero, siempre lunas y estrellas de colores: verde azul, rojo, blanco.Emiro, bañado de arcoíris, nos ha, de este modo, sumergido delicadamente, en sus mágicos colores.Textos: Anna Fioravanti

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